Añilismos melancólicos

El azul es un color triste.
-El cielo entero-
                                  el mar, 
la inmensidad de los ojos 
       ojos azules
(sin ser azules, a veces lo son, dentro)

Las lágrimas,
                   lá
                          gri
                                mas
también son azuladas
en su transparencia
en su diáfana brevedad
[b r e v e s  y  e t e r n a s]

El árbol está destrozado
no sé por qué
(¿un amor, un ave que nunca regresó?)
sé que llora
porque sus hojas
                          ho
                      jas
                              ho
                        jas
c
  a
   e
    n

se descuelgan, azules, mustias
mueren en la tierra infinita.

El azul es un color triste.

Una cosa que quede clara entre nosotros: yo te amo.
Te amo con una locura desesperada y una desesperanza absoluta, como se ama lo que se sabe fugaz, efímero y precario. Como se ama lo que está pronto a morir.
Del mismo modo, no te necesito. En este momento pareciera que sí, y cuando sonríes se me ilumina la vida, pero eso es un detalle, pues cuando ya no se tiene ni a uno mismo, todo lo demás es insignificante, tú te irás, como se ha ido todo lo demás.
Esto lo escribo sólo con el objetivo de dejarte en claro que no te seguiré al fin del mundo, que si te decides a olvidarme, yo me decido a olvidarte, pero si me dices que te quedarás, yo me quedo contigo.
La decisión es totalmente tuya, mon chéri, así que elige sabiamente.

-

Ah, la remembranza de ese tiempo en que me bastaba tu risa para calmarme y respirar. Me enlazaba a tu cuello, nos abrazábamos y pasábamos así tardes, días enteros. No hablábamos, no hacía falta, el latido de tu corazón era suficiente. Eras la única persona que me hacía sentir que no importaba la mierda de afuera mientras estuvieses aquí, lo único que realmente importaba era tu pecho en mi pecho y mi boca en tu cuello, tus brazos en mi espalda.
Ahora que todo es más intenso, ahora que me muerdes la boca y yo suspiro en tu oído, ya no es lo mismo. No haces ninguna diferencia en mi vida, si estás o no estás es indiferente para mí. Cuando me abrazas sólo siento un vacío, una pensamiento fugaz de que debería estar sintiendo algo diferente y más profundo que lo que siento. No siento nada. 
Esto, lógicamente, no es en sí mismo algo malo. Es lo que yo quería, logré mi puto objetivo: no me importas. Lo terrible es que ahora que no tengo nada dentro de mí, que mi mente es un hervidero de pensamientos contradictorios que mueren a cada instante, ahora que estoy desesperada, no te tengo. La calma que me dabas antes, ya no me la das. Eres sólo otro pedazo insignificante de toda esta mierda. 

Diría que te extraño, pero la verdad es que me extraño a mí misma.


Pieles



Hoy, al apoyar la frente en mis rodillas, encontré tu olor en mi pecho, como si estuvieses anclado a mis entrañas, mezclado con mi piel.
Es extraño.

Vacío

Anoche lloré horas, hasta que la masa de mis entrañas desapareció, y dio paso a la nada.
Ya no tengo miedo, porque no tengo nada que perder. 


(Por un lado es bueno no tener miedo, a pesar de que la soledad del vacío mismo acabará por matarme)

Nudos

Es curiosa esta parte de la/las vida/vidas. Estoy, ciertamente, pesarosa y taciturna, y al mismo tiempo tengo un regocijo contenido en mis entrañas. Me siento un poco bien y un poco infame, un poco aquí y un poco allá. Como si desde mis ojos mirasen dos, tres, mil personas diferentes, todas iguales y horriblemente diferentes a la vez.
La mejor manera que encuentro para explicarlo es que tengo una multitud de personas vociferando dentro de mi pecho. No oigo a ninguna en particular, no puedo, sólo oigo el lacónico estruendo de las voces golpeadas y airosas. No son yo, y al mismo tiempo sí lo son, todas igual de reales y rotas, todas siendo yo al mismo tiempo. 

No sé quién soy yo.

Soy yo y mi lunar bajo el pecho izquierdo, yo y mi pelo desgarbado, yo y mi piel pálida. Pero más allá de eso, ¿quién soy yo? 

Soy todo y soy nada. Soy toda esa gente que siento gemir desde lo hondo de mis entrañas, sin ser ninguna en particular. Yo no existo propiamente tal, tal vez nunca fui, tal vez me perdí, tal vez morí. No sé cómo más explicar esto.

(Gracioso es que me corren las lágrimas y no sé por qué, casi como si hubiese muerto algo o alguien se hubiese ido).



Aronde de mon âme

     Mi pequeña golondrina, sobreviviste a mi arremetida de odio, tú, que eres tan frágil y tan triste...
    Te odié por haberte olvidado de mí y de todo lo que cantabas en tu vuelo, no porque me importase que tu cuerpo de ébano azulado fuese mío, sino porque perdí tu alma escueta sin saberlo.
No me gusta perder, mucho menos cuando no está en mis planes. (Las cadenas oxidadas que te ataban a mí acabaron por deshacerse).

    Vuelves como tus congéneres alados en primavera, trinando otra vez a mi cuerpo quebradizo, planeando a la recóndita y temblorosa médula de mi sentir más oscuro y deleznable. Sigo odiándote, pero me niego a perder otra vez. Te dejo libre, ¡vete! Agito las manos en ademán de desprecio para espantarte, pero tú, obstinada golondrina, me arrullas aún.
    Me aturde profundamente, vencejo de mis cielos, el hecho de que no te ahogaste en la verborrea ignominiosa que vertí desde lo hondo de mis entrañas hasta tu boca de pájaro. Píaste (me atrevería a decir que sonreíste) y en magnánimo gesto amaste otra vez mis fauces sobrecogidas, como si aquellas torvas palabras nunca hubiesen existido.

¿Sabes cuál es el problema, golondrina de mi alma? Cuando derramas la odiosa hiel, queda sólo un dulce vacío (se llama amor, dice la gente), y ahora resulta que eres mis alas color turquí y el hierro pesado que me enjaula; eres el gorjeo que me llena de dicha y que no me deja yacer en paz.

Mi corazón vuela atado a tus alas etéreas, aronde de mon âme, atado a tu sutil espinazo y sujeto a tu más leve capricho, feneciendo en el glacial índigo del firmamento. 



(¿Te amo?)



(Las golondrinas están ausentes todo el invierno, pero siempre retornan en la primavera)

Bésame con el aura tibia de tus ojos
               t  u  s    o  j  o  s
                         ventanas
                               hielos
                                 mareas

                      Apriétame entre tus brazos,
            haz que deje de extrañarte,
                        haz que te aborrezca
             haz que te odie
Muérdeme la boca con violencia
              con furia sorda
            con dolor
          con ira

Grítame cuánto me odias
        cuán patética soy
               cuán triste

dilo

"p  a  t  é  t  i  c  a"

Dilo, 
           para que pueda odiarte
  para no odiarme
                      victimizarme

        Ven y dímelo
            ven
           v  e  n 


(abrázame, tengo miedo)

Vueltas de la vida.

Curiosas son las vueltas que da la vida. De algún modo siempre supe que no habías muerto enteramente, y que bastaba un soplo de tu voz para levantarte del sepulcro precario de mi mente. Ganaste una vez, y ganarás de nuevo seguramente, pero aun no, sigamos jugando mientras el alma me dure, mientras siga odiándome a mí misma no habrá problema alguno, sigamos jugando. Es divertido, son graciosas las vueltas que da la vida.

P.S.: Te amo eternamente y te odio profundamente, ambos sentimientos totalmente reales y abrumadores.

Mentí.

Dije que no te escribiría más, y estoy escribiéndote.
Dije que no te pensaría más, y estoy pensándote.
Dije que no te amaría más, y estoy amándote.

Azahares.

     Cuando decidí hacer como que no existías, fue porque te amaba demasiado. Más que a mí misma, y eso era obviamente un problema, una vulnerabilidad, un punto débil: mi talón de Aquiles. Por eso te cercené, te maté y tus restos los puse en una cripta lúgubre en un rincón de mi mente, rincón en el que, a pesar de las arañas y la humedad, siempre dejaba un pequeño azahar (una flor casi imperceptible, un pedacito de lo que solía sentir, que perfumaba el lugar con su aliento de limón) y un atadito con las palabras dichas, para que cuando la nostalgia me acosara, yo pudiese darle de comer letras hermosas y trozos de sentimientos que ya no recuerdo, y así mantenerla lejos de mi alma. Y la melancolía era feliz con ello, no parecía necesitar más, se regodeaba sabiendo que lo que devoraba ávidamente eran trocitos de mi alma, no deseados, pero no por ello menos queridos. Cuando acabó con todo lo que yo puse a su disposición, se quejó y rugió desde lo profundo. Me di cuenta demasiado tarde (aunque no fue del todo malo) de que la cruel pesadumbre estaba ansiosa de recuerdos que fagocitar, y comenzó por lo más cercano a tu mausoleo: mis entrañas. El azahar se pudrió.
     Cuando te reviví de mi tumba de papeles rotos, lo hice porque de verdad ya no tenía sentido, porque cuando la añoranza consumió todo, sólo quedó tu sepulcro y encima el azahar prohibido, todo lo demás fue arrasado y ya no lo recuerdo. Muy a deshora descubrí que inevitablemente existías tú, tu puta mirada y tus rulitos, y decidí aceptarlo, refugiarme en ello, eras lo único que sobrevivió al huracán. Al fin y al cabo te quiero, y te quise mucho más que ahora, creo que por eso siento escalofríos al recordar tu risa. En fin, decidí aceptar, aparentemente con pesar, pero sinceramente con sana alegría, la parte de mí que eras tú. Que eres tú. Luego te maté de nuevo, pero eso no viene a cuento.
     Ahora es diferente. Yo te asesiné, pero guardé tu sonrisa y el azahar podrido en una jarra de cristal. Allí los veo, sobre el piano gastado y muerto, junto a un par de rosas secas, y los ecos resuenan como dagas en la habitación oscura y polvorienta. Es sumamente triste, porque no puedo salir de aquí: es mi propio ataúd. Yo te asesiné primero, pero tu mano apretaba una navaja brillante en ese momento, y no supe verlo. Cuando te hice resurgir de entre mis pensamientos, tú me inmolaste en el mismo instante, y no te culpo, fue sorpresivo. Pero tú no guardaste nada, ni siquiera una puta flor olvidada en algún lugar, lo sé. Siempre fuiste más fuerte que yo en ese sentido, tú fuiste capaz de incinerarlo todo, a pesar de amarme, y eso está bien, yo ya me recompondré y no quedarán ni cenizas de mí en tu aire. Pero yo, siempre un poco más tonta, conservo el azahar. Creo que sabías que lo haría, era bastante obvio.
     Adiós, ahora en serio, ahora para siempre.
     (Soy un muerto sin nombre, sin lápida, sin corazón.)
   

Zapato de tacón.

Mi mamá y sus zapatos de tacón.
Es como si la viese venir, otra vez,
con una falda negra, la chaqueta de hombros anchos,
la blusa roja, los zapatos taco aguja
tan inciertos, tan endebles.
Como si caminase sonriendo hacia mí,
con los labios pintados de rojo
y los ojos brillantes.
Y ya ni siquiera recuerdo su voz, 
pero el taconeo de sus zapatos lo conservo
y me da una sensación de nostalgia
de vacío
de alegrías pasadas. 
Porque se fue sin avisar,
sin decir adiós,
sin siquiera una lágrima,
y lo único que me quedó
fueron los zapatos de tacón alejándose...
(toc, toc, toc, toc)

Trenes.

     Mi existir se asemeja al raudo viaje en un tren con destinos inciertos. La gente pasa, compartimos el aire unos segundos, tal vez una sonrisa, y la multitud se alborota en las puertas del tren, desesperados por bajar, por salir y fumar un cigarrillo. Yo nunca bajo del tren, porque (y me cuesta reconocerlo) soy una cobarde. Al menos a nadie le importa, pues la interacción que tengo con el mundo es tan superficial y vana, tan fugaz, que realmente no importa. El tren, por su parte, repite su viaje una y otra vez, llevando nuevas personas, nuevas esperanzas, nuevos dolores; y a cada retorno, mi alma olvida el anterior viaje: necesita hacerlo, no puedo admitir que hacemos el mismo viaje, porque si lo hago caeré: me gusta pensar que habrá algún catastrófico imprevisto, algo que cambie el curso de los rieles o mi muerte inminente; me gusta pensarlo porque me hace cerrar los ojos a mi cobardía.
     Cuando la gente se va, suele dejar de importarme. He de admitir, sin embargo, que me atormenta la levedad del recuerdo. El olvidar es como una dosis de morfina: deja de doler, pero aun así estás muriendo. Es peor, de hecho, pues cuando pasa, en el lugar donde estaba el recuerdo, queda un corte, una angustia indefinible, una mezcolanza de emociones disonantes y absurdas que crecen sin ton ni son y trepan por los marcos de mi mente, albergando extraños pájaros de triste canto. No recuerdo qué había antes de las enredaderas. 
     Me abruma como lo vivido se me borra de las pupilas, como se desvanecen de mis labios las palabras, como se corroen las canciones y los versos. Tal vez lo único que tuve fueron ilusiones, que es lo mismo que tener nada, y la nada no puede recordarse (¿acaso puede alguien atesorar la nada realmente? Lo único que yo hago es cerrar con llave un baúl vacío, pero al fin y al cabo no tiene nada).
     Lo que más me duele no es que la gente se vaya, es que no los recordaré, y ellos no me recordarán. Al final del viaje, no habrá nada salvo la muerte esperando a que baje del tren...
     (Para siempre me resulta una graciosa expresión)

P.S.: Estoy aterrada.
   

Ahora para siempre.

Dije que no nos quedaba nada, pero me equivoqué: quedan, por lo menos, las esquirlas de tus promesas rotas, esquirlas que se mueven en mi sangre, me envenenan y me consuelan con su dolor...

La verdad es que no me arrepiento de nada, salvo, tal vez, de haberte creído.
Adiós, hasta nunca, espero.
(Prometiste que volverías a ser tú, que volverías a mí, pero no te creo, ya no... Eso también me duele)

Los peces no vuelan.

Los peces no vuelan.
Nadan, viven, cantan,
y en un arrebato de locura salen del agua,
y con dulce amargura,
cegados por el sol,
caídos por la asfixia,
mueren.

Fui, soy.

¿Qué pasó conmigo?
Mi piel se resquebraja,
mi sangre se revuelve en mis entrañas,
mi mente me grita todo lo que no soy,
lo que quise ser, lo que ya no fui.
En mis manos veo la erosión de los años,
no vividos, no pasados,
sino sufridos.

Mi alma tiene nostalgia de días color añil,
de noches serenas y estrelladas,
donde el único sonido era tu voz.
Ahora sólo aúllan los lobos,
bañados en la falsa luz del plenilunio,
y se sonríe, descarada,
una hiena.

Melancolía de mi canto,
de mi risa pueril
(no la amarga de hoy,
de una limpia, sin hiel),
porque me dejé un tiempo,
mucho,
y no me encuentro.

En el árbol donde plugo la alegría,
hoy descansa la angustia.
-Era inevitable-
dice el árboreo ermitaño,
agitando sus raíces para desprender los carámbanos-
-La vida está plagada de hienas.-

(He aprendido del mal modo muchas cosas)

Balanza

Ahora estoy en ese punto donde hay que poner las cosas en la balanza: hacerte daño o hacerme daño.
Hace un par de años hubiese dicho sin pensar que preferiría hacerte daño, hace un par de meses habría preferido hacerme daño a mí antes que a ti. Hoy, no tengo idea. No sé que haré. 

Inicio y fin.

     Todas las cosas funcionan del mismo modo: todo lo que empieza acaba, todo lo que sube baja, y todo lo que nace muere. El problema que tenemos es que mientras estamos en ello, en el espacio que existe entre estos dos puntos de principio y fin, tendemos a creer que no es así. Queremos atrapar el tiempo que se nos escapa como arena entre los dedos, queremos conservar la vida sin siquiera pensar en la muerte.
     Por eso me dolió que esto terminase, que de repente ya no fuese lo mismo. Se veía venir, pero yo no quería verlo: las cada vez más escuetas respuestas, las conversaciones vacías, los abrazos débiles. Era obvio, yo lo sabía, y lo estuve pensando, pero me lo negué a mi misma por una suerte de esperanza, que no fue más que el instinto de evitar el dolor. 
     No puedo reprocharte absolutamente nada, porque si esto llegó acá fue probablemente mi culpa. Yo jugué contigo y no debí hacerlo, y cuando dejé de jugar y empecé a amarte, era demasiado tarde. Ahora no me queda más que asumirlo, sonreír un poco y decir que estoy bien, que no me importa, que yo no te quería. Lo cierto es que sí te quiero, y lo sabes, y me sonrío pensando en que eso tenga alguna importancia. Tú también me querías, pero supongo que las cosas cambian. Y me lo merezco, así que no pondré en duda tus motivos para alejarte de mí. 
     Aun me debes un par de cosas, un nocturno, un poema, una sorpresa que nunca me dijiste cuál sería, pero ya no importa, supongo que eso no tiene mayor vigencia. 
     Así de rápido como esto nació, así de rápido murió.
     Te amo, pero eso terminará, como todas las cosas.

22:12 
"Todo lo que nace muere, pero eso no le quita lo bueno a que nazca"
Me hiciste feliz unos breves instantes, y eso es más que suficiente para no querer olvidarte. Te amo, tal vez eternamente.

Fin de la analogía.-

Siempre uso la misma analogía del juego de ajedrez. Esta semana aprendí que no es realmente necesario ganar o perder, puedes simplemente dejar el juego. Quemar el tablero, o algo así. Aunque signifique perder de cierto modo, ya no importa.

Desahogo.

0:20
     Hace tiempo que no me pasaba esto de no saber qué decir, qué hacer, básicamente porque no sé que siento. Las palabras se me enredan y los dedos se me crispan, un escalofrío recorre mi espalda y una que otra lágrima escapa. Estoy literalmente colapsada. 
     Es difícil saber por donde empezar. Esto no pretende ser más que una suerte de desahogo, porque no lloraré frente a nadie mientras me aguante el pecho. En fin.
     ¿Cuál es el afán de recalcarme que no soy suficiente? Ya lo sabía, lo tenía bastante claro, que no soy y nunca fui suficiente, que valgo nada en todo esto. Siempre lo supe, no es necesario decírmelo, porque me duele y trato de no pensar en ello. Pero por supuesto, había que recordármelo, murmurarme que logró todo lo que yo intenté, que es mejor que yo, que tengo que resignarme a eso porque no hay nada que pueda hacer. Noticias: ya lo sabía. Pero duele. Y más cuando tú lo dices. 
     Aparte de eso, no entiendo la necesidad de hacerme estar ahí para verlo. Quiero decir, ya, bien por ti que sea todo lo que buscas, pero si lo es, no necesitas que me quede ahí para hundirme mientras ustedes se regocijan. Te aconsejo dejar de amarrarme, sabes que no puedo irme si no me dejas, deberías dejarme, si es que algo de consideración tienes por mí.
     Eso es una cosa. Está el otro punto que me tiene chata que es el "todos". Todos saben tal cosa, todos dicen esto otro, todos te vieron en esto. ¿Quién mierda son todos? Hay algo de lo que no me estoy enterando y parece ser importante, o por lo menos interesante, ya que todos están preocupados de ello y evidentemente más informados que yo. Me gustaría, eso sí, que alguien, uno solo de todos tuviese la amabilidad de ir y contarme en qué ando, con quién ando, qué digo y cuándo, para saber a qué atenerme por último.
     Ah, y el otro imbécil, que le da la depresión y se vuelve estúpido, y me hace daño también. No es que no pueda ponerse estúpido de cuando en cuando, pero no sé hasta cuando le dure, y, como soy, me culpo a mí misma de esto. Obvio que se pone estúpido, cuando yo he jugado con él sin querer, porque lo quiero pero me confunde, y como me confunde no lo quiero todo lo que se merece. Mierda.
     Por lo demás, está lo de siempre. Ah, y varias cosas que he pensado pero no me apetece que nadie las conozca. Estas ya me dan lo mismo. 
     Nada, el desahogo, nada más. No pido comprensión ni nada.

P.S.: Si lees esto, como probablemente lo harás, no me lo menciones, creo que lo sabías de sobra y no me interesa hablar de ello. 

1:20

Mentiras

     No te creo nada. Eso has de tenerlo claro, es aconsejable que lo tomes en cuenta: no te creo, no confío en ti, jamás metería las manos al fuego por ti, no me sacrificaría por ti, porque sé que mientes. El problema es que no lo sé realmente, sólo lo supongo, porque en realidad quiero creerte, quiero confiar en ti, quiero ser capaz de atrapar una bala por ti, necesito enamorarme de ti, realmente lo necesito. Pero no puedo, no es tan simple, y me asusta, y si bien me gustas, me agradas, me cautivas, no me enamoras, porque ya hay otro ahí, y no puedo nada más echarlo porque me asusta más perderlo que perderte, y me duele un poco. Nada que hacerle.
     Aun así, de un modo extraño, tortuoso y retorcido, te amo. Tú me mientes y yo te miento, pero más allá de mis mentiras, realmente te amo, y eso también es doloroso. Yo sé hasta que punto te miento, sé cuando dejo traslucir un poco de verdad en mis palabras, en una mirada, en un abrazo. Todo en ti es falso, porque no te conozco, y no me queda más opción que interpretarlo todo como mentiras. (No me digas que podrían ser verdades, no lo son).
     En fin, no sé por qué me quejo. Yo te amo, tú me amas y vivimos en nuestro mundo de hermosas maravillas donde todo funciona bien, donde me vas a ver, hablamos siempre, donde me sonríes y me dices que soy hermosa y que me amas, y que me amarás para siempre; y yo me sonrojo y te digo que más vale que sea cierto, porque yo también te amo, porque te echo de menos, porque eres importante. Este mundo donde tú me entiendes y yo te entiendo, y aun así nos amamos. Sigamos, pues, viviendo esta mierda de fantasía, esta pseudo-felicidad construida de mentiras tiernas y de miradas falsas, sigamos mintiéndonos: mientras no lo descubramos, todo estará bien.
Una vez, una excelente cellista y profesora que no tuve el gusto de conocer el tiempo suficiente me dijo algo que no se me ha olvidado desde entonces, y que recordé vívidamente al ver esta imagen.
"Tu problema, el motivo por el cual te cuesta tocar violoncello, es que no te sientes a gusto, te sientes presionada. La clave está en descubrir que el cello es una parte de tu cuerpo, una extensión, un pedazo de tus brazos, de tus piernas y de tu mente. Una vez que logres sentirlo así, a quererlo y tocarlo sabiendo que eres tú misma en el fondo, cuando logres convertirte en el instrumento, superarás tu dilema al respecto."
Debo admitir que ha sido lo más útil que me han dicho.

De nieblas y despertares.-


El camino eterno hacia ti, un cigarrillo en la mano, la mirada perdida. La bruma se traga mi figura, tu recuerdo, la vida. La melancolía socava mis médulas cansadas, y se retuercen y revelan de su mudo entierro mis lágrimas, que caen cual lluvia torrencial, rindiendo culto a un suelo ya mellado.
   La niebla azulina, fantasmagórica y terrible, siempre la puta niebla, espantosamente real y gélida me abraza y sus dedos glaciales recorren mis pálidas vértebras exaltadas. "No dejes que entre", susurra mi mente lánguida, y su murmuro resuena como una orden, una acusación repentina. Puedo engañarlos a todos, convencerlos de que el despiadado frío me tortura a su voluntad, pero no a mí misma, yo sé que quiero dejarlo entrar, sentir la fiereza de la muerte en mis manos. "Es tarde", respondo a mi mente en voz alta, una voz que rasga el silencio de esta mañana de un mes que desconozco. Realmente es tarde, la niebla me recorre, ríe y su aliento se desliza por mis clavículas, me congela y me envuelve en su manto níveo.
 
   El árbol llora, ¿sabías? También está atrapado, y llora copiosamente, aunque nadie lo nota. Vivimos en un mundo demasiado triste como para que alguien note el llanto de un árbol. Atrapo una de sus lágrimas en mi mano, fugaz tesoro, pequeña gota de sufrimiento arbóreo, quizá más profundo que el mío.
   Allí estás, conozco tu propia sombra mejor que tú, recuerdo la sonrisa cálida en tu rostro de ojos fríos y distantes. Esos ojos, esa sonrisa, eso, tú. La niebla se retuerce ante mi sentimentalismo. No la culpo: yo también escapo de esos pensamientos cliché, de esa felicidad abrumadora que suele rodear a los enamorados de la vida, extraños seres que me causan intriga y una suerte de desprecio por querer ser como ellos y saber que no lo soy, que en algún momento, quizá por qué motivo, decidieron que mi camino no era ese ("Fernanda Isidora, es un nombre triste, hija, y a veces me arrepiento de que te llames así, es mi culpa tu condena." No mamá, no es tu culpa.). La niebla me sonríe incrédula y con su voz resquebrajada me dice "haz caído, pequeña, y ahora ya no te acompaño". No, no he caído, yo no caigo en estas trampas, yo no lo amo. Ríe descaradamente ante mi respuesta, me besa y se retira, me deja sola.
   Entonces, no sé cómo ni por qué, estás tú. Oigo tu corazón que palpita como si tuviese miedo de detenerse, tu insensata respiración, tu silencio sepulcral, que no es falta de palabras, sino exceso de ellas, siento el latir de tu mirada. Me abrazas, me acaricias tal como la niebla lo hizo hace un rato, pero no es lo mismo (tus manos están frías, pero aun así se siente distinto). Te enredas en mí, me atrapas, me sostienes como si me necesitaras, como si tu frágil existencia dependiese de mí. No es verdad. Yo, por mi parte, me aferro a ti, porque yo sí te necesito (ahora que la niebla me abandonó, que la soledad se revuelca en mis ojos, necesito algo más). Unes tus labios a los míos en efímero vuelo de colibríes.
   Ahora ya no importa, lo único que sé es que, cuando salgo, la niebla no se acerca, y el árbol ya no está llorando.

De las almas gemelas y otras mierdas cursis.

     Cuando uno se da el tiempo de recorrer las arboladas alamedas de nuestra apurada ciudad, podemos siempre ver parejas entrelazadas: enredaderas con una misma raíz de manos y dedos que se besan.
     Hay motivos, detalles que hacen que busquemos el consuelo de compartir un corazón con otra persona; ciertos gestos, ciertas sonrisas discretas y encantadoras que nos hacen ansiar la compañía de ese ser que nos cautiva con el solo latir de su mirada.
     Cuando esto ocurre, cuando descubrimos ese pequeño remanso de paz y dolor contenido en un par de labios, sentimos el impulso de juntar las bocas en fugaz aleteo de mariposas. Entonces, con ese fin, cuidamos que cada palabra que se eleva desde nuestra lengua sea pulida y de dulce sonido, que cada mirada se convierta en pequeño milagro que escapa de nuestros ojos, nos habituamos a asfixiarnos con los pensamientos (y hasta encontramos cierto placer en ello), susurramos canciones y tristes versos de amor.
     Esto aterriza en la persona amada como una semilla de amor que cae en terrenos inciertos: a veces crece y prospera, florece hasta morir en una exhalación. A veces, por el contrario, la semilla ni siquiera llega a sentir la dulce agonía de nacer.

Ándate a la mierda.

Explícame, ¿cómo mierda te las arreglas?
Primero, tomas mi felicidad y la rompes en pedacitos,
te regocijas de ello,
pero yo lo acepto, ¿por qué?
Porque él es feliz de ese modo,
es feliz junto a ti,
me hago a un lado,
vivan felices.
Todo bien entonces, pero
¿por qué esto?
Tomaste la alegría de mi ser,
la sedujiste, te la quedaste,
la amaste,
y ahora la despechas,
ahora la pisoteas en el suelo,
su dolor se desborda de su alma, y tú ríes...
Sé que ríes.
Deja de jugar con el mundo,
deja de usar a todos como tus juguetes,
deja de hacer daño.

Motivos hay.

- Siempre hay un motivo para no ser feliz.
- Siempre los hay para ser feliz, también, es sólo que siempre escogemos los otros.

Ajedrez.

Juegos. Todo esto es y será un juego, siempre. Contigo, con ella, con él, con todos, no hay otro modo de pasar por esto, salvo jugando. Mañana se acaba tu juego, y se acaba nuestro juego. Jaque mate.
(He reflexionado que, mal que mal, eras solo un peón, y no el rey, como solía creer)

Danzando con la muerte.

La muerte terrible y cruel se acerca sin mover casi el aire a su alrededor. Toma mi mano y la besa, siento su aliento glacial de almas secas que eriza mi piel. Comienza a sonar un vals, y levanta su rostro. Sé que me mira, aunque no tenga ojos, porque de esos pozos sin fondo emergen como tentáculos las vivencias de cuerpos ya olvidados. Resuena en mi mente su pregunta.
-¿Me concede esta pieza, señorita?
-¿Tengo acaso otra opción?
La muerte sonríe ante mi altivez. No me responde, sabe que conozco la respuesta. Hace una reverencia, y comenzamos a bailar.

Desaparecer.

Quiero cerrar los ojos un momento y ya no existir,
dejar de amar, de odiar, de reír;
consumirme igual que un cigarrillo que se esfuma,
dejar de llorar, de soñar, de sufrir,
hacerme invisible, volátil, etérea,
morir.

Infierno de a dos.

Caminando en mi pequeño y cruel infierno me encontré con él, adoleciendo los mismos males que había creado yo exclusivamente para mi alma. "¿Qué haces aquí?", pregunté. Nunca nadie había estado en mi infierno, era mi hogar, un hogar que no le hubiese deseado a nadie. "Yo vivo aquí, ¿qué haces tú aquí?", respondió extrañado, como si no supiese que este era mi lugar y no el suyo, que lo había creado yo, que había plantado con ira y lágrimas cada uno de mis miedos, y que había alimentado con mi propia carne a los cuervos que por ahí rondaban. Me acerqué con cautela a él, sin sonreír, sin fingir falso regocijo, sin ofrecerle cálido abrazo como refugio. Era una trampa, era evidente, en mi infierno no vivía nadie más que yo. Había perdido la noción de cuánto tiempo llevaba yo en aquellos áridos parajes, sola, sola. Él tampoco sonrió, su trémulo rostro volteó a observar el cielo empaquetado en nubes. Se sentó y me senté junto a él. Nadie dijo nada, no hacía falta. Horas, días, años, segundos después me dijo, como si lo hubiese estado meditando largo rato: "Has traído luz a mi infierno, seas quien seas, y por eso te quiero". Entonces miré por primera vez alrededor, y vi que realmente había un poco más de luz. "Lamento que estés aquí conmigo, pero a pesar de eso, te quiero, y te quiero aquí". Él sonrió y me miró a los ojos por primera vez. Yo reí, y mi risa surcó el aire espeso con un sonido que nunca había sido oído allí mas que en recuerdos rotos de épocas lejanas, donde el sol brillaba abrazando las briznas de pasto. Cerré los ojos y soñé, por primera vez en mucho tiempo.
contador de visitas
relojes websrelojes gratis para blog