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Olía a vos, y estaba enojada.

     Odio tener una esencia ajena en mi cuerpo, mis manos llenas de ti, sobre todo de ti, que te desprecio tanto como alguna vez te quise. Me acuerdo, porque iba sentada y no podía ignorar tu sabor diluido en mi boca, la saliva secándose en mi cuello, el tacto de tus dedos finos en mi pecho, todo el tú que se había quedado prendido de mí. Como siempre te quedas ilusamente prendido de mí, aunque no quieras.
     Ese día (un día que por lo demás no recuerdo cuál fue, ni me interesa) me acariciaste tiernamente, la mirada abstraída en mí, incluso te diste la crápula libertad de tocarme y yo simplemente te miré. Te miré con algo que seguro interpretaste como tristeza porque no sos mío y amor hacia tu persona (aunque eso no tendría sentido, porque sos mío, enteramente mío, aunque no lo sepas y yo no te lo haga saber). Pero no era eso, te equivocaste completamente; era desesperanza y frustración, tristeza, pero no por ti, sino por mí (no sé si alguna vez lo has pensado, pero todo esto tiene mucho de egoísmo). La mejor manera que tengo de explicarlo es esta: estaba angustiada de que hicieras eso, y yo no sintiese nada por ti. Me sentí infinitamente sola, me vi patéticamente añorando lo que pudimos haber sido y no fuimos y tampoco seremos. Me vi imbécilmente extrañando ser como vos y no serlo, haber dejado de serlo, no poder serlo nunca más, no de verdad. Y vos allí, mirándome como idiota, prendido de mí, aunque no quieras.

Olía a vos, y tu olor me revolvía las entrañas.

Lucas, su nuevo arte de pronunciar conferencias (Julio Cortázar)

     -Señoras, señoritas, etc. Es para mí un honor, etc. En este recinto ilustrado por, etc. Séame permitido en este momento, etc. No puedo entrar en materia sin que, etc.
     Quisiera, ante todo, precisar con la mayor exactitud posible el sentido y el alcance del tema. Algo de temerario hay en toda referencia al porvenir cuando la mera noción del presente se presenta como incierta y fluctuante, cuando el continuo espacio-tiempo en el que somos los fenómenos de un instante que se vuelve a la nada en el acto mismo de concebirlo es más una hipótesis de trabajo que una certidumbre corroborable. Pero sin caer en un regresionalismo que vuelve dudosas las más elementales operaciones del espíritu, esforcémonos por admitir la realidad de un presente e incluso de una historia que nos sitúa colectivamente con las suficientes garantías como para proyectar sus elementos estables y sobre todo sus factores dinámicos con miras a una visión del porvenir de Honduras en el concierto de las democracias latinoamericanas. En el inmenso escenario continental (gesto de la mano abarcando toda la sala) un pequeño país como Honduras (gesto de la mano abarcando la superficie de la mesa) representa tan sólo una de las teselas multicolores que componen en gran mosaico. Ese fragmento (palpando con más atención la mesa y mirándola con la expresión del que ve una cosa por primera vez) es extrañamente concreto y evasivo al mismo tiempo, como todas las expresiones de la materia. ¿Qué es esto que toco? Madera, desde luego, y en su conjunto un objeto voluminoso que se sitúa entre ustedes y yo, algo que de alguna manera nos separa con su seco y maldito tajo de caoba. ¡Una mesa! ¿Pero qué es esto? Se siente claramente que aquí abajo, entre estas cuatro patas, hay una zona hostil y aún más insidiosa que las partes sólidas; un paralelepípedo de aire, como un acuario de transparentes medusas que conspiran contra nosotros, mientras aquí encima (pasa la mano como para convencerse) todo sigue plano y resbaloso y absolutamente espía japonés. ¿Cómo nos entenderemos, separados por tantos obstáculos? Si esa señora semidormida que se parece extraordinariamente a un topo indigestado quisiera meterse debajo de la mesa y explicarnos el resultado de sus exploraciones, quizá podríamos anular la barrera que me obliga a dirigirme a ustedes como si me estuviera alejando del muelle de Southampton a bordo del Queen Mary, navío en el que siempre tuve la esperanza de viajar, y con un pañuelo empapado en lágrimas y lavanda Yardley agitara el único mensaje todavía posible hacia las plateas lúgubremente amontonadas en el muelle. Hiato aborrecible entre todos, ¿por qué la comisión directiva ha interpuesto aquí esta mesa semejante a un obsceno cachalote? Es inútil, señor, que se ofrezca a retirarla, porque un problema no resuelto vuelve por la vía del inconsciente como tan bien lo ha demostrado Marie Bonaparte en su análisis del caso de Madame Lefèvre, asesina e su nuera a bordo de un automóvil. Agradezco su buena voluntad y sus músculos proclives a la acción, pero me parece imprescindible que nos adentremos en la naturaleza de este dromedario indescriptible, y no veo otra solución que la de abocarnos cuerpo a cuerpo, ustedes de su lado y yo del mío, a esta censura lígnea que retuerce lentamente su abominable cenotafio. ¡Fuera, objeto oscurantista! No se va, es evidente. ¡Un hacha, un hacha! No se asusta en lo más mínimo, tiene el agitado aire de inmovilidad de las peores maquinaciones del negativismo que se inserta solapado en las fábricas de la imaginación para no dejarla remontar sin un aire de mortalidad hacia las nubes, que serían su verdadera patria si la gravedad, esa mesa omnímoda y ubicua, no pesara tanto en los chalecos de todos ustedes, en la hebilla de mi cinturón y hasta en las pestañas de esa preciosura que desde la quinta fila no ha hecho otra cosa que suplicarme silenciosamente que la introduzca sin tardar en Honduras. Advierto signos de impaciencia, los ujieres están furiosos, habrá renuncias en la comisión directiva, preveo desde ahora una disminución del presupuesto para actos culturales; entramos en la entropía, la palabra como una golondrina cayendo en una sopera de tapioca, ya nadie sabe lo que pasa y eso es precisamente lo que pretende esta mesa hija de puta, quedarse sola en una sala vacía mientras todos lloramos o nos deshacemos a puñetazos en las escaleras de salida. ¿Irás a triunfar, basilisco repugnante? Que nadie finja ignorar esta presencia que tiñe de irrealidad toda comunicación, toda semántica. Mírenla clavada entre nosotros, entre nosotros a cada lado de esta horrenda muralla con el aire que reina en un asilo de idiotas cuando un director progresista pretende dar a conocer la música de Stockhausen. Ah, nos creíamos libres, en alguna parte la presidenta del ateneo tenía preparado un ramo de rosas que me hubiera entregado la hija menos del secretorio mientras ustedes restablecían con aplausos fragorosos la congelada circulación de sus traseros. Pero nada de eso pasará por culpa de esta concreción abominable que ignorábamos, que veíamos al entrar como algo tan obvio hasta que un roce ocasional de mi mano la reveló bruscamente en su agresiva hostilidad agazapada. ¿Cómo pudimos imaginar una libertad inexistente, sentarnos aquí cuando nada era concebible, nada era posible si antes no nos librábamos de esta mesa? ¡Molécula viscosa de un gigantesco enigma, aglutinante testigo de las peores servidumbres! La sola idea de Honduras suena como un globo reventado en el apogeo de una fiesta infantil. ¿Quién puede ya concebir Honduras, es que esa palabra tiene algún sentido mientras estemos a cada lado de este río de fuego negro? ¡Y yo iba a pronunciar una conferencia! ¡Y ustedes se disponían a escucharla! ¡Y ustedes se disponían a escucharla! No, es demasiado, tengamos al menos el valor de despertar o por lo menos admitir que queremos despertar y que lo único que puede salvarnos es el casi insoportable valor de pasar la mano sobre esta indiferente obscenidad geométrica, mientras decimos todos juntos: Mide un metro veinte de ancho y dos cuarenta de largo más o menos, es de roble macizo, o de caoba, o de pino barnizado. ¿Pero acabaremos alguna vez, sabremos lo que es esto? No lo creo, será inútil.
     Aquí, por ejemplo, algo que parece un nudo de la madera… ¿Usted cree, señora, que es un nudo de la madera? Y aquí, lo que llamábamos pata, ¿qué significa esa precipitación en ángulo recto, este vómito fosilizado hacia el piso? Y el piso, esa seguridad de nuestros pasos, ¿qué esconde debajo del parqué lustrado?

     (En general la conferencia termina –la terminan- mucho antes, y la mesa se queda sola en la sala vacía. Nadie, claro, la verá levantar una pata como hacen siempre las mesas cuando se quedan solas).

Abandonos

28/04/13
Siempre que me ves tienes esa expresión, esa manera de comportarte como si estuvieses perdido y yo pudiese salvarte. Creo que es la misma expresión que pongo yo, y ambos sabemos que es un poco mentira y un poco verdad. Un poco verdad para ti más que para mí en realidad. En fin, siempre esa expresión de pesar y sufrimiento no dicho, siempre la misma: los ojitos brillantes, y tu carita de cachorro abandonado en la lluvia.

Aclaraciones compasivas

09/04/13

Aunque suene* egoísta y egocéntrico...
*[Digo  "aunque suene", como si no fuera así,
 y qué mierda, soy una egocéntrica admitida,
pero no importa, sigamos con la hipocresía,
a todos nos gustan las mentiras]

Aunque suene egoísta y egocéntrico, siempre estuviste fuera de la historia, no eras importante. Por eso, quizá, todos hemos jugado un poco contigo, como un pasatiempo fuera de lo que es el divertimento primordial, que somos nosotros cuatro jugando a engañarnos y a sufrirnos. Tú fuiste simplemente engañada siempre, la que sufrió siempre, la mártir de este cuento en que nadie más quiso serlo porque hay mucho orgullo de por medio, mucho odio, muchas mentiras. Creo, sin embargo, que tú has perdido menos, pero te compadezco un poco*
[Te compadezco un poco, pero me he reído de ti:
te lo confieso. 
He sido una espectadora y partícipe de tu sufrimiento,
y pudiendo haber hecho algo por ti,
decidí  hacer lo contrario.
Sin embargo no te pido disculpas,
no es mi culpa que tú no seas capaz]

En fin, esto que escribo no tiene ningún objetivo claro así que he decidido dejarlo aquí. Es una simple explicación que tal vez nunca leas (o probablemente sí). Hoy me siento compasiva: escapa de esta historia. Todos los demás siempre sobran, la historia seguimos siendo nosotros; igual al comienzo que al final.
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