Una vez, una excelente cellista y profesora que no tuve el gusto de conocer el tiempo suficiente me dijo algo que no se me ha olvidado desde entonces, y que recordé vívidamente al ver esta imagen.
"Tu problema, el motivo por el cual te cuesta tocar violoncello, es que no te sientes a gusto, te sientes presionada. La clave está en descubrir que el cello es una parte de tu cuerpo, una extensión, un pedazo de tus brazos, de tus piernas y de tu mente. Una vez que logres sentirlo así, a quererlo y tocarlo sabiendo que eres tú misma en el fondo, cuando logres convertirte en el instrumento, superarás tu dilema al respecto."
Debo admitir que ha sido lo más útil que me han dicho.

De nieblas y despertares.-


El camino eterno hacia ti, un cigarrillo en la mano, la mirada perdida. La bruma se traga mi figura, tu recuerdo, la vida. La melancolía socava mis médulas cansadas, y se retuercen y revelan de su mudo entierro mis lágrimas, que caen cual lluvia torrencial, rindiendo culto a un suelo ya mellado.
   La niebla azulina, fantasmagórica y terrible, siempre la puta niebla, espantosamente real y gélida me abraza y sus dedos glaciales recorren mis pálidas vértebras exaltadas. "No dejes que entre", susurra mi mente lánguida, y su murmuro resuena como una orden, una acusación repentina. Puedo engañarlos a todos, convencerlos de que el despiadado frío me tortura a su voluntad, pero no a mí misma, yo sé que quiero dejarlo entrar, sentir la fiereza de la muerte en mis manos. "Es tarde", respondo a mi mente en voz alta, una voz que rasga el silencio de esta mañana de un mes que desconozco. Realmente es tarde, la niebla me recorre, ríe y su aliento se desliza por mis clavículas, me congela y me envuelve en su manto níveo.
 
   El árbol llora, ¿sabías? También está atrapado, y llora copiosamente, aunque nadie lo nota. Vivimos en un mundo demasiado triste como para que alguien note el llanto de un árbol. Atrapo una de sus lágrimas en mi mano, fugaz tesoro, pequeña gota de sufrimiento arbóreo, quizá más profundo que el mío.
   Allí estás, conozco tu propia sombra mejor que tú, recuerdo la sonrisa cálida en tu rostro de ojos fríos y distantes. Esos ojos, esa sonrisa, eso, tú. La niebla se retuerce ante mi sentimentalismo. No la culpo: yo también escapo de esos pensamientos cliché, de esa felicidad abrumadora que suele rodear a los enamorados de la vida, extraños seres que me causan intriga y una suerte de desprecio por querer ser como ellos y saber que no lo soy, que en algún momento, quizá por qué motivo, decidieron que mi camino no era ese ("Fernanda Isidora, es un nombre triste, hija, y a veces me arrepiento de que te llames así, es mi culpa tu condena." No mamá, no es tu culpa.). La niebla me sonríe incrédula y con su voz resquebrajada me dice "haz caído, pequeña, y ahora ya no te acompaño". No, no he caído, yo no caigo en estas trampas, yo no lo amo. Ríe descaradamente ante mi respuesta, me besa y se retira, me deja sola.
   Entonces, no sé cómo ni por qué, estás tú. Oigo tu corazón que palpita como si tuviese miedo de detenerse, tu insensata respiración, tu silencio sepulcral, que no es falta de palabras, sino exceso de ellas, siento el latir de tu mirada. Me abrazas, me acaricias tal como la niebla lo hizo hace un rato, pero no es lo mismo (tus manos están frías, pero aun así se siente distinto). Te enredas en mí, me atrapas, me sostienes como si me necesitaras, como si tu frágil existencia dependiese de mí. No es verdad. Yo, por mi parte, me aferro a ti, porque yo sí te necesito (ahora que la niebla me abandonó, que la soledad se revuelca en mis ojos, necesito algo más). Unes tus labios a los míos en efímero vuelo de colibríes.
   Ahora ya no importa, lo único que sé es que, cuando salgo, la niebla no se acerca, y el árbol ya no está llorando.

De las almas gemelas y otras mierdas cursis.

     Cuando uno se da el tiempo de recorrer las arboladas alamedas de nuestra apurada ciudad, podemos siempre ver parejas entrelazadas: enredaderas con una misma raíz de manos y dedos que se besan.
     Hay motivos, detalles que hacen que busquemos el consuelo de compartir un corazón con otra persona; ciertos gestos, ciertas sonrisas discretas y encantadoras que nos hacen ansiar la compañía de ese ser que nos cautiva con el solo latir de su mirada.
     Cuando esto ocurre, cuando descubrimos ese pequeño remanso de paz y dolor contenido en un par de labios, sentimos el impulso de juntar las bocas en fugaz aleteo de mariposas. Entonces, con ese fin, cuidamos que cada palabra que se eleva desde nuestra lengua sea pulida y de dulce sonido, que cada mirada se convierta en pequeño milagro que escapa de nuestros ojos, nos habituamos a asfixiarnos con los pensamientos (y hasta encontramos cierto placer en ello), susurramos canciones y tristes versos de amor.
     Esto aterriza en la persona amada como una semilla de amor que cae en terrenos inciertos: a veces crece y prospera, florece hasta morir en una exhalación. A veces, por el contrario, la semilla ni siquiera llega a sentir la dulce agonía de nacer.

Ándate a la mierda.

Explícame, ¿cómo mierda te las arreglas?
Primero, tomas mi felicidad y la rompes en pedacitos,
te regocijas de ello,
pero yo lo acepto, ¿por qué?
Porque él es feliz de ese modo,
es feliz junto a ti,
me hago a un lado,
vivan felices.
Todo bien entonces, pero
¿por qué esto?
Tomaste la alegría de mi ser,
la sedujiste, te la quedaste,
la amaste,
y ahora la despechas,
ahora la pisoteas en el suelo,
su dolor se desborda de su alma, y tú ríes...
Sé que ríes.
Deja de jugar con el mundo,
deja de usar a todos como tus juguetes,
deja de hacer daño.

Motivos hay.

- Siempre hay un motivo para no ser feliz.
- Siempre los hay para ser feliz, también, es sólo que siempre escogemos los otros.

Ajedrez.

Juegos. Todo esto es y será un juego, siempre. Contigo, con ella, con él, con todos, no hay otro modo de pasar por esto, salvo jugando. Mañana se acaba tu juego, y se acaba nuestro juego. Jaque mate.
(He reflexionado que, mal que mal, eras solo un peón, y no el rey, como solía creer)

Danzando con la muerte.

La muerte terrible y cruel se acerca sin mover casi el aire a su alrededor. Toma mi mano y la besa, siento su aliento glacial de almas secas que eriza mi piel. Comienza a sonar un vals, y levanta su rostro. Sé que me mira, aunque no tenga ojos, porque de esos pozos sin fondo emergen como tentáculos las vivencias de cuerpos ya olvidados. Resuena en mi mente su pregunta.
-¿Me concede esta pieza, señorita?
-¿Tengo acaso otra opción?
La muerte sonríe ante mi altivez. No me responde, sabe que conozco la respuesta. Hace una reverencia, y comenzamos a bailar.

Desaparecer.

Quiero cerrar los ojos un momento y ya no existir,
dejar de amar, de odiar, de reír;
consumirme igual que un cigarrillo que se esfuma,
dejar de llorar, de soñar, de sufrir,
hacerme invisible, volátil, etérea,
morir.

Infierno de a dos.

Caminando en mi pequeño y cruel infierno me encontré con él, adoleciendo los mismos males que había creado yo exclusivamente para mi alma. "¿Qué haces aquí?", pregunté. Nunca nadie había estado en mi infierno, era mi hogar, un hogar que no le hubiese deseado a nadie. "Yo vivo aquí, ¿qué haces tú aquí?", respondió extrañado, como si no supiese que este era mi lugar y no el suyo, que lo había creado yo, que había plantado con ira y lágrimas cada uno de mis miedos, y que había alimentado con mi propia carne a los cuervos que por ahí rondaban. Me acerqué con cautela a él, sin sonreír, sin fingir falso regocijo, sin ofrecerle cálido abrazo como refugio. Era una trampa, era evidente, en mi infierno no vivía nadie más que yo. Había perdido la noción de cuánto tiempo llevaba yo en aquellos áridos parajes, sola, sola. Él tampoco sonrió, su trémulo rostro volteó a observar el cielo empaquetado en nubes. Se sentó y me senté junto a él. Nadie dijo nada, no hacía falta. Horas, días, años, segundos después me dijo, como si lo hubiese estado meditando largo rato: "Has traído luz a mi infierno, seas quien seas, y por eso te quiero". Entonces miré por primera vez alrededor, y vi que realmente había un poco más de luz. "Lamento que estés aquí conmigo, pero a pesar de eso, te quiero, y te quiero aquí". Él sonrió y me miró a los ojos por primera vez. Yo reí, y mi risa surcó el aire espeso con un sonido que nunca había sido oído allí mas que en recuerdos rotos de épocas lejanas, donde el sol brillaba abrazando las briznas de pasto. Cerré los ojos y soñé, por primera vez en mucho tiempo.
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