Infierno de a dos.

Caminando en mi pequeño y cruel infierno me encontré con él, adoleciendo los mismos males que había creado yo exclusivamente para mi alma. "¿Qué haces aquí?", pregunté. Nunca nadie había estado en mi infierno, era mi hogar, un hogar que no le hubiese deseado a nadie. "Yo vivo aquí, ¿qué haces tú aquí?", respondió extrañado, como si no supiese que este era mi lugar y no el suyo, que lo había creado yo, que había plantado con ira y lágrimas cada uno de mis miedos, y que había alimentado con mi propia carne a los cuervos que por ahí rondaban. Me acerqué con cautela a él, sin sonreír, sin fingir falso regocijo, sin ofrecerle cálido abrazo como refugio. Era una trampa, era evidente, en mi infierno no vivía nadie más que yo. Había perdido la noción de cuánto tiempo llevaba yo en aquellos áridos parajes, sola, sola. Él tampoco sonrió, su trémulo rostro volteó a observar el cielo empaquetado en nubes. Se sentó y me senté junto a él. Nadie dijo nada, no hacía falta. Horas, días, años, segundos después me dijo, como si lo hubiese estado meditando largo rato: "Has traído luz a mi infierno, seas quien seas, y por eso te quiero". Entonces miré por primera vez alrededor, y vi que realmente había un poco más de luz. "Lamento que estés aquí conmigo, pero a pesar de eso, te quiero, y te quiero aquí". Él sonrió y me miró a los ojos por primera vez. Yo reí, y mi risa surcó el aire espeso con un sonido que nunca había sido oído allí mas que en recuerdos rotos de épocas lejanas, donde el sol brillaba abrazando las briznas de pasto. Cerré los ojos y soñé, por primera vez en mucho tiempo.
contador de visitas
relojes websrelojes gratis para blog