De nieblas y despertares.-


El camino eterno hacia ti, un cigarrillo en la mano, la mirada perdida. La bruma se traga mi figura, tu recuerdo, la vida. La melancolía socava mis médulas cansadas, y se retuercen y revelan de su mudo entierro mis lágrimas, que caen cual lluvia torrencial, rindiendo culto a un suelo ya mellado.
   La niebla azulina, fantasmagórica y terrible, siempre la puta niebla, espantosamente real y gélida me abraza y sus dedos glaciales recorren mis pálidas vértebras exaltadas. "No dejes que entre", susurra mi mente lánguida, y su murmuro resuena como una orden, una acusación repentina. Puedo engañarlos a todos, convencerlos de que el despiadado frío me tortura a su voluntad, pero no a mí misma, yo sé que quiero dejarlo entrar, sentir la fiereza de la muerte en mis manos. "Es tarde", respondo a mi mente en voz alta, una voz que rasga el silencio de esta mañana de un mes que desconozco. Realmente es tarde, la niebla me recorre, ríe y su aliento se desliza por mis clavículas, me congela y me envuelve en su manto níveo.
 
   El árbol llora, ¿sabías? También está atrapado, y llora copiosamente, aunque nadie lo nota. Vivimos en un mundo demasiado triste como para que alguien note el llanto de un árbol. Atrapo una de sus lágrimas en mi mano, fugaz tesoro, pequeña gota de sufrimiento arbóreo, quizá más profundo que el mío.
   Allí estás, conozco tu propia sombra mejor que tú, recuerdo la sonrisa cálida en tu rostro de ojos fríos y distantes. Esos ojos, esa sonrisa, eso, tú. La niebla se retuerce ante mi sentimentalismo. No la culpo: yo también escapo de esos pensamientos cliché, de esa felicidad abrumadora que suele rodear a los enamorados de la vida, extraños seres que me causan intriga y una suerte de desprecio por querer ser como ellos y saber que no lo soy, que en algún momento, quizá por qué motivo, decidieron que mi camino no era ese ("Fernanda Isidora, es un nombre triste, hija, y a veces me arrepiento de que te llames así, es mi culpa tu condena." No mamá, no es tu culpa.). La niebla me sonríe incrédula y con su voz resquebrajada me dice "haz caído, pequeña, y ahora ya no te acompaño". No, no he caído, yo no caigo en estas trampas, yo no lo amo. Ríe descaradamente ante mi respuesta, me besa y se retira, me deja sola.
   Entonces, no sé cómo ni por qué, estás tú. Oigo tu corazón que palpita como si tuviese miedo de detenerse, tu insensata respiración, tu silencio sepulcral, que no es falta de palabras, sino exceso de ellas, siento el latir de tu mirada. Me abrazas, me acaricias tal como la niebla lo hizo hace un rato, pero no es lo mismo (tus manos están frías, pero aun así se siente distinto). Te enredas en mí, me atrapas, me sostienes como si me necesitaras, como si tu frágil existencia dependiese de mí. No es verdad. Yo, por mi parte, me aferro a ti, porque yo sí te necesito (ahora que la niebla me abandonó, que la soledad se revuelca en mis ojos, necesito algo más). Unes tus labios a los míos en efímero vuelo de colibríes.
   Ahora ya no importa, lo único que sé es que, cuando salgo, la niebla no se acerca, y el árbol ya no está llorando.
contador de visitas
relojes websrelojes gratis para blog