Danzando con la muerte.

La muerte terrible y cruel se acerca sin mover casi el aire a su alrededor. Toma mi mano y la besa, siento su aliento glacial de almas secas que eriza mi piel. Comienza a sonar un vals, y levanta su rostro. Sé que me mira, aunque no tenga ojos, porque de esos pozos sin fondo emergen como tentáculos las vivencias de cuerpos ya olvidados. Resuena en mi mente su pregunta.
-¿Me concede esta pieza, señorita?
-¿Tengo acaso otra opción?
La muerte sonríe ante mi altivez. No me responde, sabe que conozco la respuesta. Hace una reverencia, y comenzamos a bailar.
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