Sentimiento de sangre

A veces me gusta pensarte. (No confunda, pensar no es sentir ni extrañar)
Me gusta analizar el frío cascarón de tu corazón mal concebido, tan crípticamente evidente:
el rictus de la boca simulando una sonrisa, el tono alto y alborozado al hablar...
y el magma en los ojos oscuros de vesania y dolor, la hiel cruenta ahogándote.

Me parece impresionante que nadie note como cambian tus ojos. Te lo he dicho miles de veces.

Cito a una de esas que revolotean en torno a ti como polillas:
"Se estaba portando simpático y estaba bien, y de repente, de la nada, enojadísimo. Incluso yo lo estaba molestando y me apretó la mano con violencia, luego me pidió disculpas. Es tan bipolar, no logro entenderlo."
Me sorprendí en realidad. Sé que no es particularmente astuta, pero no pensé que fuese tan imbécil.
Esos días, por lo que yo he visto, tienes a un galeote en el cepo de la mirada, un genocida escondido que se escapa a ratos por tu lengua bífida. Mientras más luminoso sos en el exterior, más rocas tartáricas emprenden la fuga por tus manos menudas y viles, mientras más sonríes, más mierda te come por dentro, te corroe y te carcome.
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