La muerte no me impresiona ni me intimida. Hace poco vi una persona muerta, la cara destrozada e irreconocible, una masa sanguinolenta e inmóvil. No sentí nada.
Sin embargo, hace un día o dos caminaba por una calle de una ciudad horrible, mirando al piso. Con ojos de niña asustada descubrí un montoncito de plumas y alas y vuelos estrellado contra el piso. Me incliné y, curiosamente, me puse a llorar sobre ese atadito de aire fallecido.
¿Cómo puede ser que me duela más ese pajarito que una persona?
Pues porque estás loca (me susurra amablemente una amistosa boca familiar).
Claro, ese era el motivo, eso explica muchas cosas.