Quizás los moluscos no sean neuróticos, pero de ahí para arriba no hay más que mirar bien; por mi parte he visto gallinas neuróticas, gusanos neuróticos, perros incalculablemente neuróticos; hay árboles y flores que la psiquiatría del futuro tratará psicosomáticamente porque ya hoy sus formas y colores nos resultan francamente morbosos. A nadie le extrañará entonces mi indiferencia cuando a la hora de tomar una ducha me escuché mentalmente decir con visible placer vindicativo: Now shut up, you distasteful Adbekunkus.
Mientras me jabonaba, la admonición se repitió rítmicamente y sin el menor análisis consciente de mi parte, casi como formando parte de la espuma del baño. Sólo al final, entre el agua colonia y la ropa interior, me interesé en mí mismo y de ahí en Adbekunkus, a quien había ordenado callar con tanta insistencia a lo largo de media hora. Me quedó una buena noche de insomnio para interrogarme sobre esa leve manifestación neurótica, ese brote inofensivo pero insistente que continuaba como una resistencia al sueño; empecé a preguntarme dónde podía estar hablando y hablando ese Adbekunkus para que algo en mí que lo escuchaba le exigiese perentoriamente y en inglés que se callara.
Deseché la hipótesis fantástica, demasiado fácil: no había nada ni nadie llamado Adbekunkus, dotado de facilidad elocutiva y fastidiosa. Que se trataba de un nombre propio no lo dudé en ningún momento; hay veces en que uno hasta ve la mayúscula de ciertos sonidos compuestos. Me sé bastante dotado para la invención de palabras que parecen desprovistas de sentido o que lo están hasta que yo lo infundo a mi manera, pero no creo haber suscitado jamás un nombre tan desagradable, tan grotesco y tan rechazable como el de Adbekunkus. Nombre de demonio inferior, de triste adlátere, uno de los tantos que invocan los grimorios; nombre desagradable como su dueño: distasteful Adbekunkus. Pero quedarse en el mero sentimiento no llevaba a ninguna parte; tampoco, es verdad, el análisis analógico, los ecos mnemónicos, todos los recursos asociativos. Terminé por aceptar que Adbekunkus no se vinculaba con ningún elemento consciente; lo neurótico parecía precisamente estar en que la frase exigía silencio a algo, a alguien que era un perfecto vacío. Cuántas veces un nombre asomando desde una distracción cualquiera termina por suscitar una imagen animal o humana; esta vez no, era necesario que Adbekunkus se callara, pero no se callaría jamás porque jamás había hablado o gritado. ¿Cómo luchar contra esa concreción de vacío? Me dormí un poco como él, hueco y ausente.