-Señoras, señoritas, etc. Es para mí un
honor, etc. En este recinto ilustrado por, etc. Séame permitido en este
momento, etc. No puedo entrar en materia sin que, etc.
Quisiera, ante todo, precisar con la mayor
exactitud posible el sentido y el alcance del tema. Algo de temerario hay en
toda referencia al porvenir cuando la mera noción del presente se presenta como
incierta y fluctuante, cuando el continuo espacio-tiempo en el que somos los
fenómenos de un instante que se vuelve a la nada en el acto mismo de concebirlo
es más una hipótesis de trabajo que una certidumbre corroborable. Pero sin caer
en un regresionalismo que vuelve dudosas las más elementales operaciones del
espíritu, esforcémonos por admitir la realidad de un presente e incluso de una
historia que nos sitúa colectivamente con las suficientes garantías como para
proyectar sus elementos estables y sobre todo sus factores dinámicos con miras
a una visión del porvenir de Honduras en el concierto de las democracias
latinoamericanas. En el inmenso escenario continental (gesto de la mano abarcando toda la sala) un pequeño país como
Honduras (gesto de la mano abarcando la
superficie de la mesa) representa tan sólo una de las teselas multicolores
que componen en gran mosaico. Ese fragmento (palpando
con más atención la mesa y mirándola con la expresión del que ve una cosa por
primera vez) es extrañamente concreto y evasivo al mismo tiempo, como todas
las expresiones de la materia. ¿Qué es esto que toco? Madera, desde luego, y en
su conjunto un objeto voluminoso que se sitúa entre ustedes y yo, algo que de
alguna manera nos separa con su seco y maldito tajo de caoba. ¡Una mesa! ¿Pero
qué es esto? Se siente claramente que aquí abajo, entre estas cuatro patas, hay
una zona hostil y aún más insidiosa que las partes sólidas; un paralelepípedo
de aire, como un acuario de transparentes medusas que conspiran contra nosotros,
mientras aquí encima (pasa la mano como
para convencerse) todo sigue plano y resbaloso y absolutamente espía
japonés. ¿Cómo nos entenderemos, separados por tantos obstáculos? Si esa señora
semidormida que se parece extraordinariamente a un topo indigestado quisiera
meterse debajo de la mesa y explicarnos el resultado de sus exploraciones,
quizá podríamos anular la barrera que me obliga a dirigirme a ustedes como si
me estuviera alejando del muelle de Southampton a bordo del Queen Mary, navío en el que siempre tuve
la esperanza de viajar, y con un pañuelo empapado en lágrimas y lavanda Yardley
agitara el único mensaje todavía posible hacia las plateas lúgubremente
amontonadas en el muelle. Hiato aborrecible entre todos, ¿por qué la comisión
directiva ha interpuesto aquí esta mesa semejante a un obsceno cachalote? Es
inútil, señor, que se ofrezca a retirarla, porque un problema no resuelto vuelve
por la vía del inconsciente como tan bien lo ha demostrado Marie Bonaparte en
su análisis del caso de Madame Lefèvre, asesina e su nuera a bordo de un
automóvil. Agradezco su buena voluntad y sus músculos proclives a la acción,
pero me parece imprescindible que nos adentremos en la naturaleza de este
dromedario indescriptible, y no veo otra solución que la de abocarnos cuerpo a
cuerpo, ustedes de su lado y yo del mío, a esta censura lígnea que retuerce
lentamente su abominable cenotafio. ¡Fuera, objeto oscurantista! No se va, es
evidente. ¡Un hacha, un hacha! No se asusta en lo más mínimo, tiene el agitado
aire de inmovilidad de las peores maquinaciones del negativismo que se inserta solapado
en las fábricas de la imaginación para no dejarla remontar sin un aire de
mortalidad hacia las nubes, que serían su verdadera patria si la gravedad, esa
mesa omnímoda y ubicua, no pesara tanto en los chalecos de todos ustedes, en la
hebilla de mi cinturón y hasta en las pestañas de esa preciosura que desde la
quinta fila no ha hecho otra cosa que suplicarme silenciosamente que la
introduzca sin tardar en Honduras. Advierto signos de impaciencia, los ujieres
están furiosos, habrá renuncias en la comisión directiva, preveo desde ahora
una disminución del presupuesto para actos culturales; entramos en la entropía,
la palabra como una golondrina cayendo en una sopera de tapioca, ya nadie sabe
lo que pasa y eso es precisamente lo que pretende esta mesa hija de puta,
quedarse sola en una sala vacía mientras todos lloramos o nos deshacemos a
puñetazos en las escaleras de salida. ¿Irás a triunfar, basilisco repugnante?
Que nadie finja ignorar esta presencia que tiñe de irrealidad toda
comunicación, toda semántica. Mírenla clavada entre nosotros, entre nosotros a
cada lado de esta horrenda muralla con el aire que reina en un asilo de idiotas
cuando un director progresista pretende dar a conocer la música de Stockhausen.
Ah, nos creíamos libres, en alguna parte la presidenta del ateneo tenía
preparado un ramo de rosas que me hubiera entregado la hija menos del
secretorio mientras ustedes restablecían con aplausos fragorosos la congelada circulación
de sus traseros. Pero nada de eso pasará por culpa de esta concreción
abominable que ignorábamos, que veíamos al entrar como algo tan obvio hasta que
un roce ocasional de mi mano la reveló bruscamente en su agresiva hostilidad
agazapada. ¿Cómo pudimos imaginar una libertad inexistente, sentarnos aquí
cuando nada era concebible, nada era posible si antes no nos librábamos de esta
mesa? ¡Molécula viscosa de un gigantesco enigma, aglutinante testigo de las
peores servidumbres! La sola idea de Honduras suena como un globo reventado en
el apogeo de una fiesta infantil. ¿Quién puede ya concebir Honduras, es que esa
palabra tiene algún sentido mientras estemos a cada lado de este río de fuego
negro? ¡Y yo iba a pronunciar una conferencia! ¡Y ustedes se disponían a
escucharla! ¡Y ustedes se disponían a escucharla! No, es demasiado, tengamos al
menos el valor de despertar o por lo menos admitir que queremos despertar y que
lo único que puede salvarnos es el casi insoportable valor de pasar la mano
sobre esta indiferente obscenidad geométrica, mientras decimos todos juntos:
Mide un metro veinte de ancho y dos cuarenta de largo más o menos, es de roble
macizo, o de caoba, o de pino barnizado. ¿Pero acabaremos alguna vez, sabremos lo
que es esto? No lo creo, será inútil.
Aquí, por ejemplo, algo que parece un nudo
de la madera… ¿Usted cree, señora, que es un nudo de la madera? Y aquí, lo que
llamábamos pata, ¿qué significa esa precipitación en ángulo recto, este vómito
fosilizado hacia el piso? Y el piso, esa seguridad de nuestros pasos, ¿qué esconde
debajo del parqué lustrado?
(En general la conferencia termina –la terminan-
mucho antes, y la mesa se queda sola en la sala vacía. Nadie, claro, la verá levantar
una pata como hacen siempre las mesas cuando se quedan solas).