Cuando te reviví de mi tumba de papeles rotos, lo hice porque de verdad ya no tenía sentido, porque cuando la añoranza consumió todo, sólo quedó tu sepulcro y encima el azahar prohibido, todo lo demás fue arrasado y ya no lo recuerdo. Muy a deshora descubrí que inevitablemente existías tú, tu puta mirada y tus rulitos, y decidí aceptarlo, refugiarme en ello, eras lo único que sobrevivió al huracán. Al fin y al cabo te quiero, y te quise mucho más que ahora, creo que por eso siento escalofríos al recordar tu risa. En fin, decidí aceptar, aparentemente con pesar, pero sinceramente con sana alegría, la parte de mí que eras tú. Que eres tú. Luego te maté de nuevo, pero eso no viene a cuento.
Ahora es diferente. Yo te asesiné, pero guardé tu sonrisa y el azahar podrido en una jarra de cristal. Allí los veo, sobre el piano gastado y muerto, junto a un par de rosas secas, y los ecos resuenan como dagas en la habitación oscura y polvorienta. Es sumamente triste, porque no puedo salir de aquí: es mi propio ataúd. Yo te asesiné primero, pero tu mano apretaba una navaja brillante en ese momento, y no supe verlo. Cuando te hice resurgir de entre mis pensamientos, tú me inmolaste en el mismo instante, y no te culpo, fue sorpresivo. Pero tú no guardaste nada, ni siquiera una puta flor olvidada en algún lugar, lo sé. Siempre fuiste más fuerte que yo en ese sentido, tú fuiste capaz de incinerarlo todo, a pesar de amarme, y eso está bien, yo ya me recompondré y no quedarán ni cenizas de mí en tu aire. Pero yo, siempre un poco más tonta, conservo el azahar. Creo que sabías que lo haría, era bastante obvio.Adiós, ahora en serio, ahora para siempre.
(Soy un muerto sin nombre, sin lápida, sin corazón.)