En 1989, el escritor Juan Carlos Onetti se acostó para no volver a levantarse, excepto cuando en 1994 lo llevaron a una clínica en la que murió.
Usted no se imagina, señor Onetti, cuánto envidio su capacidad de abstracción, de decidir encerrarse y morirse y que nadie moleste, que no insistan, dios sabe por qué no insistieron (tal vez lo hicieron, qué sé yo), pero lo cierto es que usted tuvo sus 5 años de quedarse en su cama bebiendo, escribiendo y mirando el techo. Un ciudadano común y corriente hace eso y le traen al amigo, al psicólogo, al psiquiatra y a quién sea para levantarlo de la cama y meterlo de vuelta en la máquina de la vida, vuelta a la misma mierda monótona de siempre. Y que no se queje, que lo están salvando y que dios mío, ya nadie aprecia los esfuerzos que se hacen para que uno sea normal y se comporte como-ha-de-comportarse-la-gente-de-bien, y que uno no valora ese tremendo esfuerzo (aunque no lo haya pedido) y que debería, por lo menos, tratar de parecer agradecido (aunque no lo esté).
Yo me pregunto quién habrá sido el inteligente que pensó que cada vez que una hormiga se sale de la fila hay que obligarla a volver, contra su voluntad. Es lógico pensar que es bastante posible que la hormiga vuelva con instintos asesinos por su fallida fuga y le muerda la antena a la hormiga que va detrás, ocasionando el caos en el hormiguero y el encarcelamiento de la ya mencionada subversiva hormiga, que tampoco tenía intenciones de revolución ni mucho menos, sino simplemente de caminar y comer y mirar el cielo. ¿Y todo ese caos por qué? Porque no la dejaron escaparse. Si la hormiga se hubiese escapado habría ido por ahí sola, sin pedirle nada al hormiguero, y no habría tenido que quitarle la antena a la inocente hormiga trasera, que tampoco era la culpable de nada. Pobre.
En la gente, de más está decir, pasa lo mismo. Basta con que uno camine un milímetro dentro de eso-que-está-mal-porque-todos-lo-encontramos-malo y de pronto hay un montón de personas-hormigas ofendidas porque uno es un desagradecido y no tiene sentido común, y se quejan y lloran y balbucean, esperando que uno reflexione y se de cuenta de que ellos tienen razón, en vez de sacarle a mordiscos la antena a la persona-hormiga más cercana, que, a mí parecer, es la opción más entretenida, pero que tiene el contra de que puede terminar en un manicomio o una comisaría. Creo, eso sí, que ser tildado de loco o de delincuente es lo menos grave, creo que lo peor es que a veces ganan, que muchas fórmicas enojonas y desgradables como uno de pronto piensan que tal vez es más fácil comportarse como-se-comporta-una-persona-de-bien, y dejan de resistirse, y se unen voluntariamente a esa marea que va hacia-donde-todos-queremos-ir-porque-es-bueno.
Y me enoja toda esta situación, y digo "se acabó, desde mañana ya no me levanto más". Y estoy segura de ello, pero entonces, siempre a las 6:55 A.M. la hormiga padre se levanta y me levanta de mi cama y termina con mi subversión.